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Leyendas

«Los panecitos del Animero»

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Una obscura noche, allá por el año de 1900, poco tiempo antes de la Revolución Mexicana, un viejo hombre vestido con túnica blanca y pies descalzos, se paseaba por las céntricas calles de León. “El Animero”, como lo bautizó la gente, lo medio alumbraba una lámpara de aceite en cuyos cristales opacos tenía dibujada una calavera y una cruz.

Siempre, al sonar el reloj de la noche en la Catedral, aparecía este enigmático viejo allá por el rumbo del panteón viejo, inmediaciones por las que hoy es el Mercado de la Soledad.

Pero no aparecía discretamente, el animero, a su llegada, cantaba un largo y triste canto en el que repetía “Ave María Purísima, Ave María Purísima…” y al mismo tiempo, hacía sonar una campanita que traía en la otra mano.

El Animero casi siempre se encontraba rodeado de muchachos que, atrevidos, les encantaba escuchar las historias de fantasmas, tesoros escondidos y aparecidos que el personaje contaba. También lo seguían para recibir una pieza de panecitos que el animero cargaba en su viejo bolso y que cargaba por el hombro.

El Animero, en sus recorridos nocturnos, ocasionaba en la gente un sentimiento de espanto, temor y curiosidad. Entre sus misteriosas historias, casi siempre contaba una en la cual, un ánima tomaba posesión de su cuerpo, asfixiándolo por el pecho mientras dormía.

Las historias de las personas amantes de lo ajeno, los nahuales, también era de las historias que más gustaba a la gente, pues, aunque se espantaban, escuchaban con atención los relatos mientras comían el pan desabrido. 

Al seguir caminando al animero por las calles obscuras, por los caminos se encontraban cruces indicando que en ese lugar había alguien perdido la vida, entonces el animero se detenía en seco y oraba con mucha fe, para que, según él, el alma del muerto no penara.

Aunque helara o lloviera, el animero siempre hacía su recorrido hasta las puertas del cementerio, en cuya entrada, rezaba un largo rosario por las almas en pena, pero en especial, rezaba por una.

Nunca contó a nadie el motivo de su extraña práctica, nunca se supo su nombre, ni cómo sobrevivía. Cuando terminaba sus historias y rezos, el animero desaparecía entre el terreno abierto que comenzaba a pocas cuadras del centro en aquel tiempo.

Así como llegó el animero, así un día desapareció y nadie nunca supo a dónde fue o qué le pasó ni se le volvió a ver.

Algunas de las personas que lo seguían, ya sea por sus panes o por sus rezos, cuando el animero desapareció, se reunían por las noches en sus recorridos y rezando se encaminaban al panteón pues estaban convencidos de que el Animero era un alma en pena que había vuelto del más allá para pagar una manda que de vida debía.

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Leyendas

Leyendas de León: El caballo que sacaba a los borrachines de las cantinas.

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bonitoleon.com: La Voz de León

Un caballo alto, delgado y vigoroso, su blanca cabellera contrastaba con su piel morena. Su único propósito era aliviar las necesidades, «Don Prudencio» el capallán de la iglesia «el calvario» en San José de García, época en que las construcciones eran de adobe crudo, pisos de terrado y paredes encaladas.

Cuando el sol se escondía «Don Prudencio» salía a deambular montando en su fiel caballo llamado «coyote» nombre que también le asignas a los descarrilados que a altas horas de la noche se encontraban por las calles y cantinas.
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«Creíste engañarme coyote» les decía «Don Prudencio» quien ya los esperaba con una sonrisa en la esquina a los trasnochados y regañados que pensaban engañarlos para poder regresar a la cantina. Siempre contando con la colaboración de su caballo quien los empujaba bruscamente con su hocico.
Por las noches el caballo salía de los corrales para recorrer las calles del barrio, parándose frente a las cantinas, haciendo sonar sus ásperos cascos y su fuerte relinchidos como lo había hecho por muchos años, los bebedores y trasnochados al escucharlo, respetuosamente abandonaban las cavernas y se iban a sus cada tranquilos con su conciencia, pues «Don Prudencio» aquel hombre que por tantos años había procurado su bien y el de sus familias, él había fallecido varios años atrás, el 4 de abril de 1885.

 

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Leyendas

«Fray Merengue» un famoso personaje leonés

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Allá a finales del siglo XIX, en las polvorientas calles de aquel tiempo en Bonito León, se alcanzaba siempre a distinguir quien las transitaba y hacia dónde iba.

Entre esas calles se encontraba caminando casi siempre a «Fray Merengue», uno de los «locos» más característicos de aquella época.

Su nombre verdadero era José Frías, pero todo mundo le decía Fray Merengue debido a que era un hombre que se vestía flojo, descuidado y sucio, lo cual hacía que su olor llegara a varios metros de distancia.

Los leoneses decían que en su juventud había ingresado al Seminario, escuela en la que había demostrado poseer una alta inteligencia, pero que tuvo que abandonar al perder la razón sorpresivamente de un día para otro.

Fray Merengue caminaba solo por las calles leonesas, levantando siempre comentarios hacia su persona de todo tipo. Él no los escuchaba y cada que veía cerca a una muchacha, le aventaba piropos.

Vestía trajes harapientos y, de la rodilla al tobillo, enredaba unas tiras de tela de colores que le daban un aspecto aún más extraño. Usaba camisas con puños almidonados que combinaba con corbatas de colores fosforilocos. Para completar su outfit extraño, usaba un sombrero de copa alta con los bordes carcomidos que, los maliciosos le tiraban de un golpe para después de haber hecho  la maldad salían corriendo.

Fray Merengue pasaba sus tardes sentado en las bancas del Jardín o de la Calzada, en donde dejaba su sombrero y fingía leer un grueso libro que nunca nadie pudo saber de qué trataba, pues lo cerraba de golpe en cuanto alguien se acercaba.

Fray Merengue era un fumador pero, al no tener ni un solo peso partido por la mitad, él mismo se fabricaba unos cigarrillos utilizando pedazos de periódico en los que envolvía las bachichas que recolectaba por la calle y las cantinas.

Dicen que todavía en 1915 se le podía ver recorriendo las calles de la ciudad y cuando los soldados de Pancho Villa invadieron la ciudad de León, un día desapareció para siempre. ¿Conoces a alguien que recuerde a Fray Merengue?

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Cascos Duros, personaje leonés

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Existen varias versiones que cuentan sobre este personaje. Debido a la tradición de boca en boca, con la que ha permanecido, se perdió el origen del apodo «Cascos duros», con el cual fue famoso y reconocido entre los vecinos de la ciudad del siglo pasado.

El Cascos Duros era un personaje alegre, bromista y chism… comunicativo. Su asistencia a bailes, juegos, paseos, etc, era infalible siendo siempre el alma de la fiesta. Las muchachas lo admiraban y le echaban ojo a la hora de los bailes, donde él era todo un master.

Este personaje organizaba paseos, llevaba serenatas y flores a sus múltiples enamoradas de las cuales, todas se consideraban las únicas y deseaban ser la esposa de ese hombre que además de divertido, tenía muy buena posición económica.

Pero Cascos Duros no se dejaba conquistar y prefería seguir de rompecorazones con cada muchacha que le gustaba. Con el paso del tiempo, esta fama de picaflor que un tiempo le dio popularidad, a los pocos años le cambió el estatus para mostrarlo como un hombre frívolo, y hasta peligroso para contraer matrimonio con una dama.

Esta fama negativa, afectó a que los amigos que anteriormente eran docenas, poco a poco le dejaran de hablar y comenzaran a alejarse. Las invitaciones a las fiestas fueron menos frecuentes y los saludos que anteriormente recibía por la calle y lo hacían detener su camino, fueron desapareciendo.

Cascos duros no sabía el origen de estos desaires de las personas a las cuales siempre había apoyado y prestado dinero. El personaje un día, decidió salir a cobrar lo que le debían pero, al ser él tan confiado, nunca pidió pagarés de tales adeudos y por supuesto, los ciudadanos negaron las deudas que tenían con él.

Esta actitud de sus conocidos fueron agriando poco a poco el carácter de Cascos Duros volviéndolo rencoroso, tacaño, egoísta y solitario.

Desapareció de la vida social y se refugió en su casa, donde se dispuso a no gastar ni un solo peso para sobrevivir y ahorraba hasta en sus propias comidas y necesidades básicas.

Con el tiempo se empezó a correr el rumor de que había perdido el juicio a causa del hambre que se hacía pasar y de viejos padecimientos que jamás se trató. Un día Cascos Duros desapareció definitivamente y de él solo quedó esta leyenda.

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