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Leyenda «El Catrín de León»

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Aquí en México, en el municipio de León, existe un lugar encantador bajo el cuidado de una iglesia, que en un principio pertenecía a los padres Juaninos: quienes se establecieron con el propósito de evangelizar a los indígenas de el lugar.
Con una hermosa fuente en el centro, rodeado de jardines, flores y bancas que invitan a la melancolía, al romance: en el ahora llamado jardín de los novios o jardín de San Juan de Dios, es tradición entre las parejas, compartir una nieve en las periferias de la iglesia, donde se han establecido muchas cafeterías y neverías.
Nadie imaginaría, rodeados de esta paz y armonía destilando; que en la noche se le temía al parque, incluso una vez que el sol ocultaba su rostro, la gente prefería dar una vuelta extensa para llegar a su destino, antes que atravesar la explanada de la iglesia, en donde según los ancianos de el lugar se aparecía “El Catrín”.
La leyenda de “El Catrín” surge entre la tercera y cuarta década del siglo veinte en el barrio de San Juan de Dios, en León. Catrín, era el término utilizado en esa época para señalar a un hombre vestido de manera muy elegante.
Los ancianos del lugar cuentan que “El Catrín” fue un joven capitalino que cambio su residencia a León, buscando mejor fortuna, ya en la ciudad conoció, en la iglesia de San Juan de Dios, a una joven de la que quedó perdidamente enamorado, en poco tiempo se hicieron novios, la familia de la joven vio con buenos ojos la relación, juzgándolo por sus ropas y apariencia.
La pareja de novios se paseaba por el jardín de la plaza de San Juan de Dios, se les podía ver seguido tomados de la mano. “El Catrín”, a causa de sus negocios, constantemente salía de la ciudad: el tiempo pasaba y con este se hizo celoso, posesivo, inseguro, tal vez por el tiempo separado de su amada. En proporción de celos e inseguridad que “El Catrín” mostraba, la joven se separaba emocionalmente de él; los padres de la joven insistían y presionaban para que ella arreglara sus diferencias con “El Catrín”, por considerarlo un pretendiente conveniente para su futuro.
En poco tiempo las cosas se pasaron de pequeñas discusiones a peleas verbales intensas entre la pareja: conforme las discusiones aumentaban de tono los padres de la novia comenzaron a verse inquietos; por con la actitud cada vez más violenta de “El Catrín”; cambiaron su parecer con respecto a el joven.
El amor que alguna vez sintiera “El Catrín”, se convirtió en una enfermiza obsesión: comenzó a espiarla, su obstinación fue tal: que llegó a agredir a cuanto joven se le acercaba o miraba. Cansada de la situación, la joven quiso terminar con su noviazgo de un golpe, mas “El Catrín” respondió con violencia desmedida, abofeteando y amenazando a la joven con lastimar a ella y a su familia si terminaban.
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Forzada, la joven continuó su relación, por miedo decidió guardar silencio de las amenazas de su enfermo enamorado; sin embargo, los padres de la joven ignorantes de las amenazas, ahora presionaban para que se acabara el noviazgo, ya que había sumergido a su hija en una depresión, miedo e inseguridad terribles.
Mientras la joven no hablara de separaciones “El Catrín” parecía ser el novio perfecto, atento y dedicado a ella, pero bastaba con que ella volteara sus ojos en dirección de otro hombre, para que las cosas se tornaran violentas, tanto para la joven como para el desafortunado que se atravesara en el campo visual de la pobre dama.
La actitud de “El Catrín” mejoró por un tiempo; aún así, la pobre muchacha había acumulado mucho resentimiento en su corazón al verse forzada a continuar con él ya sin quererlo; “El Catrín” creyendo erróneamente que las cosas habían mejorado en su relación, fue con el padre de la joven a pedir su mano en matrimonio, obviamente el padre trataría de persuadir a su hija de negarse.
Al enterarse de la propuesta, la joven se negó rotundamente, el papá apoyó como era de esperarse a su hija: “El Catrín” soltó el llanto de inmediato al verse rechazado y pidió hablar con ella a solas antes de retirarse para siempre, la joven acepto renuente y se encaminaron a una banca del jardín de su casa.
En un principio se escuchaba a los jóvenes discutir; pero en breve las discusión cesó. La madre de la joven inquieta, se asomó para ver si todo estaba bien y alcanzó a ver a la joven recargada en el pecho de “El Catrín”, pensando que la chica había cedido ante la proposición de matrimonio, fue apresurada con su marido para comentarle lo que acababa de ver, el papá desconcertado se encamino hacia el jardín: pudo ver a su hija sola recostada en la banca, con la mirada recorrió rápidamente todo su al rededor sin lograr ver al “El Catrín” que se escabullía a la salida. 
El papá se apresuró al lado de su hija, donde poco antes de llegar vio un charco de sangre que se revolvía con la tierra de el suelo: Hija, le gritó preocupado, pues era obvio que estaba herida, más fue demasiado tarde, la joven quedó tendida en la banca, inerte, sin vida, “El Catrín” había cumplido su amenaza.
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Leyendas de León: El caballo que sacaba a los borrachines de las cantinas.

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bonitoleon.com: La Voz de León

Un caballo alto, delgado y vigoroso, su blanca cabellera contrastaba con su piel morena. Su único propósito era aliviar las necesidades, «Don Prudencio» el capallán de la iglesia «el calvario» en San José de García, época en que las construcciones eran de adobe crudo, pisos de terrado y paredes encaladas.

Cuando el sol se escondía «Don Prudencio» salía a deambular montando en su fiel caballo llamado «coyote» nombre que también le asignas a los descarrilados que a altas horas de la noche se encontraban por las calles y cantinas.
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«Creíste engañarme coyote» les decía «Don Prudencio» quien ya los esperaba con una sonrisa en la esquina a los trasnochados y regañados que pensaban engañarlos para poder regresar a la cantina. Siempre contando con la colaboración de su caballo quien los empujaba bruscamente con su hocico.
Por las noches el caballo salía de los corrales para recorrer las calles del barrio, parándose frente a las cantinas, haciendo sonar sus ásperos cascos y su fuerte relinchidos como lo había hecho por muchos años, los bebedores y trasnochados al escucharlo, respetuosamente abandonaban las cavernas y se iban a sus cada tranquilos con su conciencia, pues «Don Prudencio» aquel hombre que por tantos años había procurado su bien y el de sus familias, él había fallecido varios años atrás, el 4 de abril de 1885.

 

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«Fray Merengue» un famoso personaje leonés

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Allá a finales del siglo XIX, en las polvorientas calles de aquel tiempo en Bonito León, se alcanzaba siempre a distinguir quien las transitaba y hacia dónde iba.

Entre esas calles se encontraba caminando casi siempre a «Fray Merengue», uno de los «locos» más característicos de aquella época.

Su nombre verdadero era José Frías, pero todo mundo le decía Fray Merengue debido a que era un hombre que se vestía flojo, descuidado y sucio, lo cual hacía que su olor llegara a varios metros de distancia.

Los leoneses decían que en su juventud había ingresado al Seminario, escuela en la que había demostrado poseer una alta inteligencia, pero que tuvo que abandonar al perder la razón sorpresivamente de un día para otro.

Fray Merengue caminaba solo por las calles leonesas, levantando siempre comentarios hacia su persona de todo tipo. Él no los escuchaba y cada que veía cerca a una muchacha, le aventaba piropos.

Vestía trajes harapientos y, de la rodilla al tobillo, enredaba unas tiras de tela de colores que le daban un aspecto aún más extraño. Usaba camisas con puños almidonados que combinaba con corbatas de colores fosforilocos. Para completar su outfit extraño, usaba un sombrero de copa alta con los bordes carcomidos que, los maliciosos le tiraban de un golpe para después de haber hecho  la maldad salían corriendo.

Fray Merengue pasaba sus tardes sentado en las bancas del Jardín o de la Calzada, en donde dejaba su sombrero y fingía leer un grueso libro que nunca nadie pudo saber de qué trataba, pues lo cerraba de golpe en cuanto alguien se acercaba.

Fray Merengue era un fumador pero, al no tener ni un solo peso partido por la mitad, él mismo se fabricaba unos cigarrillos utilizando pedazos de periódico en los que envolvía las bachichas que recolectaba por la calle y las cantinas.

Dicen que todavía en 1915 se le podía ver recorriendo las calles de la ciudad y cuando los soldados de Pancho Villa invadieron la ciudad de León, un día desapareció para siempre. ¿Conoces a alguien que recuerde a Fray Merengue?

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Cascos Duros, personaje leonés

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Existen varias versiones que cuentan sobre este personaje. Debido a la tradición de boca en boca, con la que ha permanecido, se perdió el origen del apodo «Cascos duros», con el cual fue famoso y reconocido entre los vecinos de la ciudad del siglo pasado.

El Cascos Duros era un personaje alegre, bromista y chism… comunicativo. Su asistencia a bailes, juegos, paseos, etc, era infalible siendo siempre el alma de la fiesta. Las muchachas lo admiraban y le echaban ojo a la hora de los bailes, donde él era todo un master.

Este personaje organizaba paseos, llevaba serenatas y flores a sus múltiples enamoradas de las cuales, todas se consideraban las únicas y deseaban ser la esposa de ese hombre que además de divertido, tenía muy buena posición económica.

Pero Cascos Duros no se dejaba conquistar y prefería seguir de rompecorazones con cada muchacha que le gustaba. Con el paso del tiempo, esta fama de picaflor que un tiempo le dio popularidad, a los pocos años le cambió el estatus para mostrarlo como un hombre frívolo, y hasta peligroso para contraer matrimonio con una dama.

Esta fama negativa, afectó a que los amigos que anteriormente eran docenas, poco a poco le dejaran de hablar y comenzaran a alejarse. Las invitaciones a las fiestas fueron menos frecuentes y los saludos que anteriormente recibía por la calle y lo hacían detener su camino, fueron desapareciendo.

Cascos duros no sabía el origen de estos desaires de las personas a las cuales siempre había apoyado y prestado dinero. El personaje un día, decidió salir a cobrar lo que le debían pero, al ser él tan confiado, nunca pidió pagarés de tales adeudos y por supuesto, los ciudadanos negaron las deudas que tenían con él.

Esta actitud de sus conocidos fueron agriando poco a poco el carácter de Cascos Duros volviéndolo rencoroso, tacaño, egoísta y solitario.

Desapareció de la vida social y se refugió en su casa, donde se dispuso a no gastar ni un solo peso para sobrevivir y ahorraba hasta en sus propias comidas y necesidades básicas.

Con el tiempo se empezó a correr el rumor de que había perdido el juicio a causa del hambre que se hacía pasar y de viejos padecimientos que jamás se trató. Un día Cascos Duros desapareció definitivamente y de él solo quedó esta leyenda.

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