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Leyenda: La esquina de la piedra parada

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Si eres de León, seguramente ubicas muy bien esta dirección: Calle Comonfort esquina Constitución, recuérdala durante el resto de este relato. Eran los años cincuenta, año en que aparecieron los primeros cilindreros en nuestro Bonito León, con esas grandes cajas que de ellas emitían estridentes chillidos que decían ser notas musicales. 

ENCUESTA1

En ese tiempo, para que los organilleros pudieran interpretar cualquier melodía, se tenía que pagar por adelantado veinticinco centavos por cada pieza a tocarse. En la calle de los zapotes, vivía una pareja de esposos, que apenas llegaba al año de haber contraído nupcias, junto a su casa, vivía una señora que cariñosamente trataba como compadres a este joven matrimonio. 
Ella veía con tiernos ojos a Juan Manuel (Esposo), quien normalmente se encontraba apoyando a Juana María, la esposa, en sus labores domésticas. La comadre, buscaba la manera de atraer la atención de Juan Manuel de todas las formas posibles, y a menudo, lo invitaba a escuchar el cilindro que ella contrataba en su propia casa. Sus intenciones iban más allá de su amistad.
En una de esas ocasiones, al estar el organillero tocando una pieza, la comadrita, soltó una de esas envenenadas frases: “A que no sabe por qué le gustaba tanto ese vals a su mujer; mejor ni le digo, no sea que…” Y haciéndose la inocente, no dijo más, no fue posible sacarle otra palabra más, solo sonricillas sospechosas, lo cual provocó en Juan Manuel, unas amargas sospechas. 
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Angustiado, con el pretexto de que ya era de noche, y ya era mucha la oscuridad se fue de aquella casa, solo él sabe cómo hizo para llegar a casa. Su esposa, Juana María, que no había notado su llegada continuaba con su costura que tenía entre sus manos, y al mismo tiempo canturreaba… para su mala suerte de ella, la mismísima pieza del vals aquel, con que le emponzoñaron el alma a su marido. 
El hombre al escuchar esa pieza, recordó las malditas palabras de la comadrita y sin más, al mismo tiempo, que lanzaba los más horribles y vulgares gritos contra Juana María, saco un largo puñal que siempre llevaba oculto. 
La mujer al verlo, busco donde refugiarse, tratando de entender la causa del enojo de su esposo, y escapando de él, logró llegar a la puerta de la casa y salió corriendo pidiendo auxilio a gritos, en la esquina de las calles de los zapotes, y del tránsito, (hoy de Constitución y de Comonfort), Juan Manuel, estaba loco de rabia persiguiendo a su mujer, repentinamente, distinguió un bulto inmóvil… ¡Ella! Supuso, y tiro la primer puñalada, se vio por vengado, y paso a paso regresó a su casa. 
Al siguiente día, por la madrugada, fue arrestado, y por más que buscaron en todas partes a su mujer, ésta nunca fue hallada, en cambio en la esquina de esa calle, quedó fija en el suelo una gran piedra, y al pie de la piedra fue recogido un puñal destrozado. 
Muchos años, permaneció en esa esquina aquel trozo de roca, que hizo que se nombrara a esa esquina, y hoy a quien así la llamé ¡La esquina de la piedra parada!

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Leyendas de León: El caballo que sacaba a los borrachines de las cantinas.

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bonitoleon.com: La Voz de León

Un caballo alto, delgado y vigoroso, su blanca cabellera contrastaba con su piel morena. Su único propósito era aliviar las necesidades, «Don Prudencio» el capallán de la iglesia «el calvario» en San José de García, época en que las construcciones eran de adobe crudo, pisos de terrado y paredes encaladas.

Cuando el sol se escondía «Don Prudencio» salía a deambular montando en su fiel caballo llamado «coyote» nombre que también le asignas a los descarrilados que a altas horas de la noche se encontraban por las calles y cantinas.
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«Creíste engañarme coyote» les decía «Don Prudencio» quien ya los esperaba con una sonrisa en la esquina a los trasnochados y regañados que pensaban engañarlos para poder regresar a la cantina. Siempre contando con la colaboración de su caballo quien los empujaba bruscamente con su hocico.
Por las noches el caballo salía de los corrales para recorrer las calles del barrio, parándose frente a las cantinas, haciendo sonar sus ásperos cascos y su fuerte relinchidos como lo había hecho por muchos años, los bebedores y trasnochados al escucharlo, respetuosamente abandonaban las cavernas y se iban a sus cada tranquilos con su conciencia, pues «Don Prudencio» aquel hombre que por tantos años había procurado su bien y el de sus familias, él había fallecido varios años atrás, el 4 de abril de 1885.

 

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Leyendas

«Fray Merengue» un famoso personaje leonés

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Allá a finales del siglo XIX, en las polvorientas calles de aquel tiempo en Bonito León, se alcanzaba siempre a distinguir quien las transitaba y hacia dónde iba.

Entre esas calles se encontraba caminando casi siempre a «Fray Merengue», uno de los «locos» más característicos de aquella época.

Su nombre verdadero era José Frías, pero todo mundo le decía Fray Merengue debido a que era un hombre que se vestía flojo, descuidado y sucio, lo cual hacía que su olor llegara a varios metros de distancia.

Los leoneses decían que en su juventud había ingresado al Seminario, escuela en la que había demostrado poseer una alta inteligencia, pero que tuvo que abandonar al perder la razón sorpresivamente de un día para otro.

Fray Merengue caminaba solo por las calles leonesas, levantando siempre comentarios hacia su persona de todo tipo. Él no los escuchaba y cada que veía cerca a una muchacha, le aventaba piropos.

Vestía trajes harapientos y, de la rodilla al tobillo, enredaba unas tiras de tela de colores que le daban un aspecto aún más extraño. Usaba camisas con puños almidonados que combinaba con corbatas de colores fosforilocos. Para completar su outfit extraño, usaba un sombrero de copa alta con los bordes carcomidos que, los maliciosos le tiraban de un golpe para después de haber hecho  la maldad salían corriendo.

Fray Merengue pasaba sus tardes sentado en las bancas del Jardín o de la Calzada, en donde dejaba su sombrero y fingía leer un grueso libro que nunca nadie pudo saber de qué trataba, pues lo cerraba de golpe en cuanto alguien se acercaba.

Fray Merengue era un fumador pero, al no tener ni un solo peso partido por la mitad, él mismo se fabricaba unos cigarrillos utilizando pedazos de periódico en los que envolvía las bachichas que recolectaba por la calle y las cantinas.

Dicen que todavía en 1915 se le podía ver recorriendo las calles de la ciudad y cuando los soldados de Pancho Villa invadieron la ciudad de León, un día desapareció para siempre. ¿Conoces a alguien que recuerde a Fray Merengue?

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Cascos Duros, personaje leonés

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Existen varias versiones que cuentan sobre este personaje. Debido a la tradición de boca en boca, con la que ha permanecido, se perdió el origen del apodo «Cascos duros», con el cual fue famoso y reconocido entre los vecinos de la ciudad del siglo pasado.

El Cascos Duros era un personaje alegre, bromista y chism… comunicativo. Su asistencia a bailes, juegos, paseos, etc, era infalible siendo siempre el alma de la fiesta. Las muchachas lo admiraban y le echaban ojo a la hora de los bailes, donde él era todo un master.

Este personaje organizaba paseos, llevaba serenatas y flores a sus múltiples enamoradas de las cuales, todas se consideraban las únicas y deseaban ser la esposa de ese hombre que además de divertido, tenía muy buena posición económica.

Pero Cascos Duros no se dejaba conquistar y prefería seguir de rompecorazones con cada muchacha que le gustaba. Con el paso del tiempo, esta fama de picaflor que un tiempo le dio popularidad, a los pocos años le cambió el estatus para mostrarlo como un hombre frívolo, y hasta peligroso para contraer matrimonio con una dama.

Esta fama negativa, afectó a que los amigos que anteriormente eran docenas, poco a poco le dejaran de hablar y comenzaran a alejarse. Las invitaciones a las fiestas fueron menos frecuentes y los saludos que anteriormente recibía por la calle y lo hacían detener su camino, fueron desapareciendo.

Cascos duros no sabía el origen de estos desaires de las personas a las cuales siempre había apoyado y prestado dinero. El personaje un día, decidió salir a cobrar lo que le debían pero, al ser él tan confiado, nunca pidió pagarés de tales adeudos y por supuesto, los ciudadanos negaron las deudas que tenían con él.

Esta actitud de sus conocidos fueron agriando poco a poco el carácter de Cascos Duros volviéndolo rencoroso, tacaño, egoísta y solitario.

Desapareció de la vida social y se refugió en su casa, donde se dispuso a no gastar ni un solo peso para sobrevivir y ahorraba hasta en sus propias comidas y necesidades básicas.

Con el tiempo se empezó a correr el rumor de que había perdido el juicio a causa del hambre que se hacía pasar y de viejos padecimientos que jamás se trató. Un día Cascos Duros desapareció definitivamente y de él solo quedó esta leyenda.

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