Historias
El oficio de ser aseador de calzado.
Desde los 12 años me dedico a esto –es lo primero que me dice Don Pancho y me muestra su credencial-, échale cuentas.
Don Francisco o Don Pancho, como lo llaman, nació el 23 de enero de 1943 y desde muy pequeño aprendió el oficio de aseador de calzado ―Yo no tuve infancia, había necesidad y tenía que trabajar. Yo aprendí en la Ciudad de México, solo. Andaba por las calles con mi cajón, pero era un cajón adornado, muy bonito. Allá hacen de esos― Me dice mientras guarda su identificación.
Se levanta a las 5:30 a.m. e inicia su recorrido desde Los Olivos hasta a la Plaza Principal, su lugar de trabajo, donde todos los días ve como la ciudad de León cambia.
Durante quince años detrás de su chaleco manchado de tinta ha sido testigo silencioso de las transformaciones de la tierra del calzado ―Antes me gustaba más, era provincia; bueno, todavía es, pero antes había campo, los coches pasaban por aquí. Pero me gusta más que México, allá es muy grande, bien diferente de como yo la conocí, tengo familia allá; pero solo Dios sabrá dónde vivirán ahora―.
Después de un día de ver ir y venir personas, de días buenos y malos, regresa a casa cuando cae la noche, ahora de a “patín” porque ya no tiene pagobús y su bicicleta no funciona. Caminar es de las cosas que más disfruta, y ver a los niños jugar ―Me imagino que soy yo el que anda corriendo. Yo no tuve infancia. No me gusta que les peguen, ellos siguen a las palomas; ahora las quieren correr pero pues con ellas se entretienen los niños, los domingos vienen muchos, me gusta verlos―.
―Me faltan cien pesos para arreglarla, ya tengo dónde, pero me falta el dinero. Esa bicicleta me la regaló mi sobrina―.
Aunque pareciera un riesgo que Don Pancho aún utilice como medio de transporte su bicicleta, él ha tomado precauciones, ―No, en los bulevares me bajo y me voy por la banqueta. Me gusta irme por las colonias populares, como no hay tráfico voy bien a gusto―.
Me dice que tampoco funciona su grabadora y me muestra sus casetes: Paquita la del Barrio y uno vacío de música navideña ―Escucho de todo: Pedro Infante, Javier Solís, Jorge Negrete. A mi mamá le gustaba la música española; los Churumbeles, a mí también―.
Don Pancho antes cobraba un peso, ahora veinticinco ―Este sillón nos lo regaló la Coca Cola hace mucho y esta sombrilla el gobierno. Antes el dinero rendía más, ya no; la gente tiene que pagar camiones y todo es más caro. Antes tenía más trabajo―. Me platica como antes se metía a las cantinas a bolear, en las calles, en las plazas.
No le gusta la publicidad le gusta conseguir lo poco o mucho que tiene gracias a su trabajo ―A veces viene gente a que la ayude, y si puedo lo hago sin esperar nada a cambio. Hay días buenos y días malos, como hoy, no me la he pintado, no me ha caído ninguno. Mira aquel de en frente y aquel otro, ya se la pintaron, yo no, pero Dios sabrá.
Me faltan cien pesos para arreglar mi bicicleta, pero está difícil juntarlos―. Don Francisco es una de las tantas historias de sacrificio y lucha que conforman nuestra ciudad. Apoyarlo a él y a todos quienes realizan este trabajo es mantener vivo un oficio con mucha historia, no solo en nuestra ciudad, sino en todo el país.
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