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Leyendas

El Mesón de las Ánimas. Leyendas y sucesos de León

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Bien provista se hallaba León desde los tiempos coloniales, de posadas y mesones que ofrecían temporal albergue a los viandantes que, con cargas de «mercadurías» caminaban a la ciudad de México, a la de Zacatecas y a las de más allá.
En diferentes calles, otros más, como el Mesón de las Delicias, que fue en un tiempo el Palacio Municipal; el de la Pompa, en la antigua calle de la Esperanza, después del Progreso y ahora Álvaro Obregón, entre muchas más.
Corría respecto al nombre de cada uno de ellos, una leyenda como la del Mesón de las Ánimas, pues se contaba que en él habían sido asesinados unos pacíficos viajeros, por robarles mucho oro y mucha plata que llevaban a la ciudad de México, y que entonces, en punto de la última campanada en la iglesia parroquial, en una de las paredes del zaguán, precisamente en la que se leía el indispensable «aviso» se percibían, según aseguraban, tres golpes que repercutían como si fueran dados por la parte opuesta del muro.
Quienes decían oírlos, rezaban un Padre Nuestro, un Ave María y sileciosamente se encaminaba cada cual a su alojamiento.
Así una noche y otra noche, idéntico escalofrío estremecía la espalda de leoneses y viajeros, desde más allá del siglo XVIII el Dr. Pacheco empezó a abrir una puerta en esa pared.
No habían sido dados muchos barretazos en aquella pared de adobe crudo, cuando se notó que a pesar del boquete que se le había hecho, no se veía luz del cuarto adyacente que se empleaba como despacho del «huéspere», como llamaban al encargado del mesón.
Se siguió derrumbando y de pronto se dio con otra pared paralela, a distancia de vara y media de la primera. Se encontraron 5 arcabuces, 5 lanzas y 2 barriles de pólvora… nada más.
Se decía que esas cosas habían sido acumuladas por D. Baltasar Mociño, uno de los primeros insurgentes leoneses. Otros decían que habían sido escondidos desde los 80’s del siglo XVIII, cuando ya comenzaban los brotes contra la rebeldía española.
Se derribó la pared y el despacho tuvo más luz y más extensión ¿Y los golpes a la última campanada de queda?
Unos decían que de vez en cuando se escuchaban, al poco tiempo ya nadie se acordó de ellos; pero el lugar siguió llamándose el Mesón de las Ánimas; hace algunos años había una viejecita que, al pasar por ese lugar, se detenía a dedicar una oración.

 



















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